Existen diferentes pruebas que permiten la detección de la infección por COVID-19: una que detecta la presencia del virus (PCR) y otras dos (IgM e IgG) que evalúan la respuesta del sistema inmunológico o de defensas.
PCR (prueba molecular)
La PCR (prueba de reacción en cadena de la polimerasa) detecta directamente el material genético del virus en las muestras tomadas de secreciones respiratorias del paciente.
Puede identificar el virus muy temprano, desde el inicio de los síntomas.
Un resultado positivo indica el que paciente está infectado en ese mismo momento y por lo tanto sirve para confirmar los casos vigentes de Coronavirus.
Es clave que la muestra sea tomada de manera correcta para evitar falsos negativos (tests que resultan negativos porque no tienen material suficiente para detectar el virus en personas que efectivamente están contagiadas).
Anticuerpos o inmunoglobulinas (Pruebas serológicas)
A partir de una gota de sangre pueden detectarse las inmunoglobulinas que se desarrollan contra el virus una vez que el organismo tomó contacto con el COVID-19.
La IgM (inmunoglobulina M) indica que el contacto con el virus es reciente.
La IgG (inmunoglobulina G) detecta que el contacto ocurrió en algún momento y puede permanecer en el cuerpo meses, aún cuando la infección por virus ya pasó y el paciente está recuperado.
El desarrollo de los anticuerpos puede tardar 10 días. No permiten establecer si una persona está infectada por lo que no sirven para diagnosticar a quienes tienen síntomas y necesitan atención (para ellos se indica la PCR).
La determinación de anticuerpos se usa para realizar la vigilancia poblacional de la pandemia y se está estudiando como alternativa para darle protección a las personas con más riesgo.